domingo, 28 de diciembre de 2008

Nuestra propia tragedia

Ya podemos sacar nuestras propias fotos de niños y adultos en la miseria sin necesidad de esperar que lleguen de África. Aquí a la vuelta, donde haya un banco.
El 23 de diciembre pude (seguramente, pudimos) ver la tragedia argentina en aquellos lugares donde había bancos que pagaban los pocos pesos que otorgó el gobierno nacional como una generosa dádiva. En la semana del 29 se repetirá por iniciativa similar del gobierno provincial.
Decenas, cientos y, al final del día, miles de personas, hicieron filas interminables para poder cobrar la parte que les asignaron de la hasta no hace mucho “floreciente” economía nacional.
Allí, al rayo del sol, cuando estaban sobre alguna avenida, veían como el resto de sus conciudadanos pasaban en sus autos, urgidos por comprar los “obligados” regalos navideños.
He visto jóvenes descalzas con sus hijos en brazos, hombres y mujeres en edad de ser activos en la economía con sus ropas raídas por el uso, visiblemente sin empleo.
Luego supe de quienes, cobrados los escasos pesos, fueron a tratar de multiplicarlos a las agencias de lotería, que brotan como hongos en una tierra de necesidades.
Seguro que muchos, adicción por adicción, habrán optado por relegar el juego y saturarse en alcohol u otra sustancia que lo alejara al menos por unas horas de la realidad que lo maltrata.
Me pregunto a cuantos les habrá pasado por la cabeza conseguir más plata de manera más fácil que pasándose horas en esas colas, aunque no legalmente.
¿Qué habremos hecho que la Argentina se convirtió en lo que es, lo que vemos? ¿Qué permitimos que se hiciera para llegar a esto? ¿Cómo fuimos engañados? ¿Nos seguirán engañando? ¿Tenemos alguna responsabilidad? ¿En que medida somos responsables?
Mientras me hago estas preguntas, la Suprema Corte de Justicia estudia la despenalización de la tenencia de drogas para el consumo.
No importa la Educación, no importa la Salud, no importa la Economía depredadora. No importa la obscenidad de actos de gobierno que excluyen aún más a mucha más gente.
No importa la corrupción que brota cada día en el descontrol del tráfico de sustancias, de divisas, de personas.
Importa mantener ignorantes a fuerza de no tener escuelas decentes, educación como la gente, de obnubilar con la tele barata, el “fulbo”, el alcohol y otras sustancias, de fomentar adicciones varias, menos al esfuerzo, al trabajo.
Fomentar el apego al esfuerzo es peligroso, porque el que se esfuerza, el que trabaja, el que es exigido, exige, reclama dignidad, justicia. Todo eso que de ninguna manera parecen dispuestos a darles.
Entretener, para que no se den cuenta que están robando su futuro, para eso “despenalicemos”.

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