Últimamente se levantaba con cierta incomodidad, un vago malestar. Hacía años se dedicaba a los negocios. Le iba bien, mejor que bien, estaba empinado en su carrera, sin embargo algo pasaba, estaba invadido de una incómoda sensación.
Había dejado la universidad por una carrera más rápida. Al fin de cuentas, la vida se perfilaba más para el lado de la ganancia rápida que para el del conocimiento y las profesiones formales. Oportunidades no le faltaron con el auge de la desregulación, el reino del mercado, un paraíso de libertades que mostraba muchos atajos hacia la fortuna.
De naturaleza inquieta, casi alterada, a los saltos de un lado al otro con una agilidad instintiva para escurrir el cuerpo, se ubicaba a resguardo de todo aquello que percibiera peligroso. Llevaba una vida plena de sobresaltos como todos los de su clase pero le resultaba necesario como el aire, era ineludible.
Claro, había que tener ciertas habilidades, ser ágil de mente, discurrir amablemente sobre temas espinosos, dar por entendidas cosas masculladas a veces poco claras. Mostrar una imagen ganadora, confiable dentro del contexto en que se movía y, por supuesto, resultar agradable para el trato. Como debe realizarlo un actor antes de salir a escena, cada mañana se vestía de su personaje, sabía que también su imagen decía cosas de el y, hacía un repaso de la agenda a cumplir, se concentraba en lo suyo.
Su visión resultaba simpática, entradora, personaje adorable, el de esas ficciones de la industria del entretenimiento tras la que se oculta la capacidad de trasmitir males incurables. Caminaba en la estrecha senda de una frontera entre dos abismos, mostrando una orientación notable. Aunque nunca tuvo buena vista, sus acciones daban cuenta de que nada se le escapaba, nada parecía llegarle de sorpresa. Siempre alerta a todo aquello que pudiera nutrir sus ambiciones, las que extendían cada vez más sus límites. Sus excursiones para satisfacer su irrefrenable deseo se hacían cada vez más aventuradas, temerarias.
A veces, recordando su pasado, pensaba que otro ser lo había ocupado y, morbosamente, lo dirigía. Se daba perfecta cuenta que la desgracia ajena era en beneficio propio, aunque hacía rato que eso dejó de revolverle el estómago, más bien lo sostenía.
Saltaba de un lado al otro de acuerdo a como percibía el ambiente y eludía muchos obstáculos, obtenía lo suyo y desaparecía o, aparecía allí donde había promesa de satisfacción a sus insaciables apetencias.
Cuando dejaba a sus íntimos era para ellos como si se perdiera en la noche, lo que casi era cierto, su actividad entraba en las penumbras, se hacía invisible, personajes oscuros lo rodeaban.
A medida que crecía, cada vez necesitaba más, nada detenía su voracidad que hacía que se arriesgara temerariamente, aunque sus repetidos éxitos hacían que no se percatara.
Nunca se detuvo en su vertiginosa carrera, hasta querer alcanzar aquel jugoso premio. Se descuidó arremetiendo sin medir bien las consecuencias. Alguien había decidido parar en seco sus tropelías y construyó la trampa de la que no saldría.
El cierre fue un festín descontrolado, no lo pudo soportar, nada ni nadie hubiera podido hacerlo, superaba lo que naturalmente era posible.
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