Solo le pido a Dios
Que el dolor no me sea indiferente
Que la reseca muerte no me encuentre
Vacío y solo sin haber hecho lo suficiente
Solo le pido a Dios
Que lo injusto no me sea indiferente
Que no me abofeteen la otra mejilla
Después que una garra me araño esta suerte
coro
Solo le pido a Dios
Que la guerra no me sea indiferente
Es un monstruo grande y pisa fuerte
Toda la pobre inocencia de la gente
Es un monstruo grande y pisa fuerte
Toda la pobre inocencia de la gente
Solo le pido a Dios
Que el engaño no me sea indiferente
Si un traidor puede más que unos cuantos
Que esos cuantos no lo olviden fácilmente
Solo le pido a Dios
Que el futuro no me sea indiferente
Desahuciado esta el que tiene que marchar
A vivir una cultura diferente
domingo, 28 de diciembre de 2008
El huesped. Juan del Sur
Últimamente se levantaba con cierta incomodidad, un vago malestar. Hacía años se dedicaba a los negocios. Le iba bien, mejor que bien, estaba empinado en su carrera, sin embargo algo pasaba, estaba invadido de una incómoda sensación.
Había dejado la universidad por una carrera más rápida. Al fin de cuentas, la vida se perfilaba más para el lado de la ganancia rápida que para el del conocimiento y las profesiones formales. Oportunidades no le faltaron con el auge de la desregulación, el reino del mercado, un paraíso de libertades que mostraba muchos atajos hacia la fortuna.
De naturaleza inquieta, casi alterada, a los saltos de un lado al otro con una agilidad instintiva para escurrir el cuerpo, se ubicaba a resguardo de todo aquello que percibiera peligroso. Llevaba una vida plena de sobresaltos como todos los de su clase pero le resultaba necesario como el aire, era ineludible.
Claro, había que tener ciertas habilidades, ser ágil de mente, discurrir amablemente sobre temas espinosos, dar por entendidas cosas masculladas a veces poco claras. Mostrar una imagen ganadora, confiable dentro del contexto en que se movía y, por supuesto, resultar agradable para el trato. Como debe realizarlo un actor antes de salir a escena, cada mañana se vestía de su personaje, sabía que también su imagen decía cosas de el y, hacía un repaso de la agenda a cumplir, se concentraba en lo suyo.
Su visión resultaba simpática, entradora, personaje adorable, el de esas ficciones de la industria del entretenimiento tras la que se oculta la capacidad de trasmitir males incurables. Caminaba en la estrecha senda de una frontera entre dos abismos, mostrando una orientación notable. Aunque nunca tuvo buena vista, sus acciones daban cuenta de que nada se le escapaba, nada parecía llegarle de sorpresa. Siempre alerta a todo aquello que pudiera nutrir sus ambiciones, las que extendían cada vez más sus límites. Sus excursiones para satisfacer su irrefrenable deseo se hacían cada vez más aventuradas, temerarias.
A veces, recordando su pasado, pensaba que otro ser lo había ocupado y, morbosamente, lo dirigía. Se daba perfecta cuenta que la desgracia ajena era en beneficio propio, aunque hacía rato que eso dejó de revolverle el estómago, más bien lo sostenía.
Saltaba de un lado al otro de acuerdo a como percibía el ambiente y eludía muchos obstáculos, obtenía lo suyo y desaparecía o, aparecía allí donde había promesa de satisfacción a sus insaciables apetencias.
Cuando dejaba a sus íntimos era para ellos como si se perdiera en la noche, lo que casi era cierto, su actividad entraba en las penumbras, se hacía invisible, personajes oscuros lo rodeaban.
A medida que crecía, cada vez necesitaba más, nada detenía su voracidad que hacía que se arriesgara temerariamente, aunque sus repetidos éxitos hacían que no se percatara.
Nunca se detuvo en su vertiginosa carrera, hasta querer alcanzar aquel jugoso premio. Se descuidó arremetiendo sin medir bien las consecuencias. Alguien había decidido parar en seco sus tropelías y construyó la trampa de la que no saldría.
El cierre fue un festín descontrolado, no lo pudo soportar, nada ni nadie hubiera podido hacerlo, superaba lo que naturalmente era posible.
Había dejado la universidad por una carrera más rápida. Al fin de cuentas, la vida se perfilaba más para el lado de la ganancia rápida que para el del conocimiento y las profesiones formales. Oportunidades no le faltaron con el auge de la desregulación, el reino del mercado, un paraíso de libertades que mostraba muchos atajos hacia la fortuna.
De naturaleza inquieta, casi alterada, a los saltos de un lado al otro con una agilidad instintiva para escurrir el cuerpo, se ubicaba a resguardo de todo aquello que percibiera peligroso. Llevaba una vida plena de sobresaltos como todos los de su clase pero le resultaba necesario como el aire, era ineludible.
Claro, había que tener ciertas habilidades, ser ágil de mente, discurrir amablemente sobre temas espinosos, dar por entendidas cosas masculladas a veces poco claras. Mostrar una imagen ganadora, confiable dentro del contexto en que se movía y, por supuesto, resultar agradable para el trato. Como debe realizarlo un actor antes de salir a escena, cada mañana se vestía de su personaje, sabía que también su imagen decía cosas de el y, hacía un repaso de la agenda a cumplir, se concentraba en lo suyo.
Su visión resultaba simpática, entradora, personaje adorable, el de esas ficciones de la industria del entretenimiento tras la que se oculta la capacidad de trasmitir males incurables. Caminaba en la estrecha senda de una frontera entre dos abismos, mostrando una orientación notable. Aunque nunca tuvo buena vista, sus acciones daban cuenta de que nada se le escapaba, nada parecía llegarle de sorpresa. Siempre alerta a todo aquello que pudiera nutrir sus ambiciones, las que extendían cada vez más sus límites. Sus excursiones para satisfacer su irrefrenable deseo se hacían cada vez más aventuradas, temerarias.
A veces, recordando su pasado, pensaba que otro ser lo había ocupado y, morbosamente, lo dirigía. Se daba perfecta cuenta que la desgracia ajena era en beneficio propio, aunque hacía rato que eso dejó de revolverle el estómago, más bien lo sostenía.
Saltaba de un lado al otro de acuerdo a como percibía el ambiente y eludía muchos obstáculos, obtenía lo suyo y desaparecía o, aparecía allí donde había promesa de satisfacción a sus insaciables apetencias.
Cuando dejaba a sus íntimos era para ellos como si se perdiera en la noche, lo que casi era cierto, su actividad entraba en las penumbras, se hacía invisible, personajes oscuros lo rodeaban.
A medida que crecía, cada vez necesitaba más, nada detenía su voracidad que hacía que se arriesgara temerariamente, aunque sus repetidos éxitos hacían que no se percatara.
Nunca se detuvo en su vertiginosa carrera, hasta querer alcanzar aquel jugoso premio. Se descuidó arremetiendo sin medir bien las consecuencias. Alguien había decidido parar en seco sus tropelías y construyó la trampa de la que no saldría.
El cierre fue un festín descontrolado, no lo pudo soportar, nada ni nadie hubiera podido hacerlo, superaba lo que naturalmente era posible.
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Personaje urbano actual,
tal vez nos gobierne...
Guernica. Pablo Ruiz Picasso. 1937.
Nuestra propia tragedia
Ya podemos sacar nuestras propias fotos de niños y adultos en la miseria sin necesidad de esperar que lleguen de África. Aquí a la vuelta, donde haya un banco.
El 23 de diciembre pude (seguramente, pudimos) ver la tragedia argentina en aquellos lugares donde había bancos que pagaban los pocos pesos que otorgó el gobierno nacional como una generosa dádiva. En la semana del 29 se repetirá por iniciativa similar del gobierno provincial.
Decenas, cientos y, al final del día, miles de personas, hicieron filas interminables para poder cobrar la parte que les asignaron de la hasta no hace mucho “floreciente” economía nacional.
Allí, al rayo del sol, cuando estaban sobre alguna avenida, veían como el resto de sus conciudadanos pasaban en sus autos, urgidos por comprar los “obligados” regalos navideños.
He visto jóvenes descalzas con sus hijos en brazos, hombres y mujeres en edad de ser activos en la economía con sus ropas raídas por el uso, visiblemente sin empleo.
Luego supe de quienes, cobrados los escasos pesos, fueron a tratar de multiplicarlos a las agencias de lotería, que brotan como hongos en una tierra de necesidades.
Seguro que muchos, adicción por adicción, habrán optado por relegar el juego y saturarse en alcohol u otra sustancia que lo alejara al menos por unas horas de la realidad que lo maltrata.
Me pregunto a cuantos les habrá pasado por la cabeza conseguir más plata de manera más fácil que pasándose horas en esas colas, aunque no legalmente.
¿Qué habremos hecho que la Argentina se convirtió en lo que es, lo que vemos? ¿Qué permitimos que se hiciera para llegar a esto? ¿Cómo fuimos engañados? ¿Nos seguirán engañando? ¿Tenemos alguna responsabilidad? ¿En que medida somos responsables?
Mientras me hago estas preguntas, la Suprema Corte de Justicia estudia la despenalización de la tenencia de drogas para el consumo.
No importa la Educación, no importa la Salud, no importa la Economía depredadora. No importa la obscenidad de actos de gobierno que excluyen aún más a mucha más gente.
No importa la corrupción que brota cada día en el descontrol del tráfico de sustancias, de divisas, de personas.
Importa mantener ignorantes a fuerza de no tener escuelas decentes, educación como la gente, de obnubilar con la tele barata, el “fulbo”, el alcohol y otras sustancias, de fomentar adicciones varias, menos al esfuerzo, al trabajo.
Fomentar el apego al esfuerzo es peligroso, porque el que se esfuerza, el que trabaja, el que es exigido, exige, reclama dignidad, justicia. Todo eso que de ninguna manera parecen dispuestos a darles.
Entretener, para que no se den cuenta que están robando su futuro, para eso “despenalicemos”.
El 23 de diciembre pude (seguramente, pudimos) ver la tragedia argentina en aquellos lugares donde había bancos que pagaban los pocos pesos que otorgó el gobierno nacional como una generosa dádiva. En la semana del 29 se repetirá por iniciativa similar del gobierno provincial.
Decenas, cientos y, al final del día, miles de personas, hicieron filas interminables para poder cobrar la parte que les asignaron de la hasta no hace mucho “floreciente” economía nacional.
Allí, al rayo del sol, cuando estaban sobre alguna avenida, veían como el resto de sus conciudadanos pasaban en sus autos, urgidos por comprar los “obligados” regalos navideños.
He visto jóvenes descalzas con sus hijos en brazos, hombres y mujeres en edad de ser activos en la economía con sus ropas raídas por el uso, visiblemente sin empleo.
Luego supe de quienes, cobrados los escasos pesos, fueron a tratar de multiplicarlos a las agencias de lotería, que brotan como hongos en una tierra de necesidades.
Seguro que muchos, adicción por adicción, habrán optado por relegar el juego y saturarse en alcohol u otra sustancia que lo alejara al menos por unas horas de la realidad que lo maltrata.
Me pregunto a cuantos les habrá pasado por la cabeza conseguir más plata de manera más fácil que pasándose horas en esas colas, aunque no legalmente.
¿Qué habremos hecho que la Argentina se convirtió en lo que es, lo que vemos? ¿Qué permitimos que se hiciera para llegar a esto? ¿Cómo fuimos engañados? ¿Nos seguirán engañando? ¿Tenemos alguna responsabilidad? ¿En que medida somos responsables?
Mientras me hago estas preguntas, la Suprema Corte de Justicia estudia la despenalización de la tenencia de drogas para el consumo.
No importa la Educación, no importa la Salud, no importa la Economía depredadora. No importa la obscenidad de actos de gobierno que excluyen aún más a mucha más gente.
No importa la corrupción que brota cada día en el descontrol del tráfico de sustancias, de divisas, de personas.
Importa mantener ignorantes a fuerza de no tener escuelas decentes, educación como la gente, de obnubilar con la tele barata, el “fulbo”, el alcohol y otras sustancias, de fomentar adicciones varias, menos al esfuerzo, al trabajo.
Fomentar el apego al esfuerzo es peligroso, porque el que se esfuerza, el que trabaja, el que es exigido, exige, reclama dignidad, justicia. Todo eso que de ninguna manera parecen dispuestos a darles.
Entretener, para que no se den cuenta que están robando su futuro, para eso “despenalicemos”.
domingo, 14 de diciembre de 2008
New York Movie. Edward Hopper. 1939.
Edward Hopper, según los entendidos, pintó la desolación de "la gran depresión" de los años treinta en los Estados Unidos de Norte América. El crack del capitalismo, el fin del "American dream", la soledad del individualismo y la precariedad del "self made man". ¿Ya habrá un pintor para el actual "crack" ¿Estamos mejor preparados? ¿Que tal andamos de autoestima?

Bien pulenta. Carlos Waiss
Estoy hecho en el ambiente de muchachos calaveras, entre guapos y malandras me hice taura pa' tallar, me he jugado sin dar pifia en bulines y carpetas, me enseñaron a ser vivo muchos vivos de verdad.
No me gustan los boliches que las copas charlan mucho y entre tragos se deschava lo que nunca se pensó.
Yo conozco tantos hombres que eran vivos y eran duchos y en la cruz de cuatro copas se comieron un garrón.
Yo nunca fui shusheta de pinta y fulería, y sé lo que es jugarse la suerte a una baraja si tengo un metejón.
Le escapo a ese chamuyo fulero y confidente de aquéllos que se sienten amigos de ocasión.
Yo soy de aquellas horas que laten dentro 'el pecho, de minas seguidoras, de hombres bien derechos tallando tras cartón.
Siempre sé tener conducta por más contra que me busquen, aunque muchos se embalurden que soy punto pa' currar, ando chivo con la yuta porque tengo mi rebusque y me aguanto cualquier copo con las cartas que me dan.
No me gusta avivar giles que después se me hacen contra, acostumbro escuchar mucho, nunca fui conversador.
Y aprendí desde purrete que el que nace calavera no se tuerce con la mala, ni tampoco es batidor.
No me gustan los boliches que las copas charlan mucho y entre tragos se deschava lo que nunca se pensó.
Yo conozco tantos hombres que eran vivos y eran duchos y en la cruz de cuatro copas se comieron un garrón.
Yo nunca fui shusheta de pinta y fulería, y sé lo que es jugarse la suerte a una baraja si tengo un metejón.
Le escapo a ese chamuyo fulero y confidente de aquéllos que se sienten amigos de ocasión.
Yo soy de aquellas horas que laten dentro 'el pecho, de minas seguidoras, de hombres bien derechos tallando tras cartón.
Siempre sé tener conducta por más contra que me busquen, aunque muchos se embalurden que soy punto pa' currar, ando chivo con la yuta porque tengo mi rebusque y me aguanto cualquier copo con las cartas que me dan.
No me gusta avivar giles que después se me hacen contra, acostumbro escuchar mucho, nunca fui conversador.
Y aprendí desde purrete que el que nace calavera no se tuerce con la mala, ni tampoco es batidor.
Imitación
La primera etapa de la socialización, para los interaccionistas, es la imitación. En el vídeo se aprecia como el menor de los sujetos imita la conducta del mayor. De esta manera construye estructuras de comportamiento que le servirán en su vida adulta. ¿Así se forma el hábitus? ¿Hay transmisión de la xenofobia? Con perdón de las teorías y los muy respetados investigadores.
Socialización y autoestima
El proceso de socialización es por el que aprendemos a vivir en sociedad, en aquella en que nacimos, en tanto los humanos somos fundamentalmente seres sociales. Varias son las teorías que discurren acerca de este proceso en el que, entre otras cosas esenciales, se desarrolla la autoestima. Esta valorización de uno mismo es citada como factor de riesgo o de protección en cuanto a adquirir una adicción, según sea su medida baja o alta. El interaccionismo simbólico fundado por Mead y Cooley, y ampliado o enriquecido por Goffmann, plantea que aprendemos los códigos sociales viendo reflejada nuestra conducta en los demás. Reforzamos aquellas que son aprobadas por quienes tenemos en estima y dejamos de lado las que son ignoradas o reprobadas. Asimismo se fortalece o debilita nuestra propia valoración en función de esta relación de intercambio y vamos construyendo estructuras internas de conocimiento y comportamiento que nos permiten adaptarnos al ambiente y también modificarlo. Ni sobreprotección, ni desprotección, resultan buenas en ésta primera etapa para el desarrollo de la autoestima. La justa medida que nos permita enfrentar la mayor cantidad de fracasos que de éxitos con que nos espera la sociedad.
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Volviéndonos "humanos" resistentes
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