martes, 2 de septiembre de 2008

Obreros

Hoy se levantó y, como todos los días, se lavó la cara, se mojó el pelo rebelde y se lo acomodó con el peine. Puso la pava, a medio llenar, en el fuego, vació el mate y lo volvió a cargar con yerba. Prendió desganado un cigarrillo mientras esperaba que el agua se calentara para tomarse unos amargos y comerse unas galletas, antes de que lo pasaran a buscar.
Sintió el dolor de cabeza y, esa pesadez de cada mañana más que nunca. Le echó la culpa a los cigarrillos del día de ayer y al vino tinto de la noche, que ocupó más lugar que el de la cena.
-Ojalá en el viaje hasta la obra me afloje un poco, aunque sentado en la caja de la camioneta cada salto me repercute en todo el cuerpo- Se dijo para si mismo.
Salió al cruce del vehículo que lo llevaba hasta el edificio en construcción en el que estaba trabajando, la última changa que había conseguido, la mejor, la más duradera. Por un tiempo no habría de hacerse problema por el empleo y sobre que pasarle a su ex mujer para que no le haga la vida imposible y sí…, para que sus dos hijos no tuvieran que pasar miserias.
El fletero le esquivaba a entrar al barrio, para no perder tiempo y además, por algún temor, el barrio de Juan es humilde, de gente mezclada, trabajadora y de la otra, la llevada hacia el rebusque, cualquier cosa para sobrevivir, algunas catalogadas como delitos.
Saludó y se acomodó como pudo, apretujado entre materiales, herramientas y otros que como el, vivían del trabajo temporario, duro, mal pagado. A un lado le quedó Ramón, compañero con el que vienen haciendo changas desde hace rato. Lo conoció en la vereda del sindicato, donde todas las mañanas se juntan los que quieren trabajar en la construcción, de peones, no tienen instrucción o posibilidad para otra cosa. La escuela se les escapó en cuanto se distrajeron para aportar en sus casas, mas que llenas de carencias. Con las orejas frías y las narices húmedas compartieron más de un cigarrillo hasta ser llamados y cargados hasta alguna obra.
Un saludo parco y un gesto casi hosco fue suficiente para enlazarlos, hacerles saber que por otro día compartían la vida en un mismo espacio, de una misma manera.
En el camino, gracias a algunas frenadas, se amontonaron contra la cabina, un día de estos el viaje se les termina antes. Pero, llegar por su cuenta resultaría caro para lo que les pagan y al menos así suman al salario los pesos del colectivo. Además los patrones se aseguran de que no falte nadie.
Al llegar subieron hasta el último piso donde estaban en plena terminación de lo que sería un edificio de veinte. De casas para otros, no para ellos. En los carteles figuran los nombres de los arquitectos, de los dueños, de la inmobiliaria pero, de los que trabajan para construirlos jamás habrá una letra.
-Si los que ponemos el lomo entre fierros y cemento somos nosotros, si la mezcla se fragua antes que se seque el sudor que nos cae a los laburantes, ¿porqué no figuramos en algún lado?- Más de una vez han comentado, sobre todo cuando tropezaron con algún director de obra soberbio e inexperto.
Enseguida de comenzar la jornada nota que Ramón esta más cerrado que de costumbre, como en otra cosa, preguntándose porqué sería, aunque problemas no le faltan. Sabía que últimamente estaba tomando demasiado, desde que lo conoció supo que lo hacía, pero no tanto como éstos días.
-Es cierto que en éste oficio somos de empinar el codo. A eso lleva el esfuerzo, el calor y también el desafío de hacerlo así. Es un trabajo rudo, de hombres fuertes y, se sabe, los hombres fuertes sabemos tomar y al mismo tiempo, laburar. Se explicó de Ramón y, de paso, justificó su propia costumbre.
-Que pasa Ramón, durmió mal anoche? Le preguntó
--Eeeh… no muy bien, la nena no progresa.
Hacía veinte días le quedó una nieta en el hospital, recién nacida, que su hija menor, soltera, le dejó al cuidado al fallecer en el parto. Le erró al creer que su silencio era por la resaca, aunque una cosa seguro trae la otra. Vivir de changas, con lo justo, mala escuela y alimento, peleándola cada día para criar a los hijos y el alcohol como fortaleza y un escape, al alcance de la mano. Uno puede no tener ganas de hablar porque está cansado, porque está tomado, porque está preocupado o, porque no cree que hablando se arregle algo. Pero, todo puede venir junto, bien dicen que “al perro flaco, no le faltan pulgas”.
Así anda Ramón ahora, con todo y las pulgas, que le chupan la sangre. También a Juan a veces le dan ganas de morder la vida y arrancarle el cuero a tarascones, a ver si encuentra algo que calme el ardor que le producen los pesares, el cansancio de caminar y estar siempre parado en el mismo lugar o ir para atrás.
-Al mediodía lo perdí de vista, comimos algo y seguimos casi una hora más, hasta que alguien vino a cortar la jornada- Le decía a Paula, la hermana de Ramón.
-El Ramón apareció abajo, estrellado contra el escombro. Parece que se cayó por el hueco. Un resguardo mal clavado, una piedra en el camino, un descuido? No sé. Alguien dijo que un rato antes lo llamaron del hospital, le dijeron lo de la nena, que no salió, falleció.
Quizá el Ramón pensó que ya no habría vino que le alcance para seguir, se quedó sin dientes para morder al mundo, sus manos se aflojaron o fue un mísero accidente.
Juan dejó la obra, no podía seguir con la dolorosa ausencia del compañero. Como Ramón, nunca terminó su mejor trabajo.

No hay comentarios: